Tenía solo 15 años cuando mi abuela, sabiendo lo que me gustaba ya la fotografía y el cine, me regalo una cámara que mi abuelo había comprado hacía mucho tiempo en Alemania.
Era una Praktica, una cámara rusa que usaron periodistas y fotógrafos profesionales en su día.
No le funcionaba el fotómetro y, aunque lo reparé, solo duro un par de meses. Esto hizo que empezara a medir la luz a ojo. Cosa que agradezco, ya que gracias a ello aprendí mucho de luz.
Y prácticamente en un abrir y cerrar de ojos, ya han pasado 30 años y un montón de cámaras por mis manos. De capturar paisajes y fotografía urbana, a realizar esquemas de iluminación para retratos, estudios y films.
Y de la fotografía, a la dirección de fotografía
No voy a contar mis andanzas por concursos, ni mis premios, etc. No quiero parecer el abuelo cebolleta contando sus batallitas. Pero sí que quiero hacer hincapié en que esa pasión por la fotografía y por el cine dio como resultado que años más tarde todo convergiera en estudiar, y posteriormente convertirme en director de fotografía. Y es que como sabéis, no se puede ser lo último sin ser lo primero.
Porque para hacer vídeo o cine de calidad, hay que hacer fotografía. Exactamente 24 por segundo.
¿Y en el futuro, qué?
En constante movimiento el futuro está, ya dijo cierto personaje orejudo y verde.
Así que no vamos a hacer apuestas de lo que será, simplemente lanzaremos un deseo de lo que queremos que sea. Un futuro lleno de recuerdos hechos imágenes con los que arranquemos esas lágrimas y esas sonrisas que resumen la ilusión con que nuestros clientes reciben sus trabajos. Y ese cosquilleo que siento cuando, tras darle al botón de la cámara, veo el resultado como un sueño congelado en un cuadro.